Yo, como el vino ‘De puta madre’… ¿y tu?

La primera vez que escuché el nombre de este vino podía afirmar, sin lugar a dudas, (y perdón por la expresión) que me encontraba De Puta Madre.

Tenía todo lo que se podía esperar de la vida. Una pareja que me quería (o eso creía yo) y una profesión que amaba, aunque apenas me dejaba tiempo libre para disfrutar de otras muchas cosas.

La felicidad inundaba mi vida

La felicidad inundaba mi vida

Por eso, el día que se desmoronó todo lo que había construido a mi alrededor me encontré perdida y sin rumbo. Mi pareja decidió abandonarme poco después de que la crisis acabara con el trabajo al que yo le había dedicado tanto tiempo y esfuerzo. La otra parte del tiempo se lo llevó aquella infructuosa relación de 15 años,  que acabó en cuernos, al cruzarse en nuestro camino una camarera despampanante y mucho más joven.

Todo aquello rebajó mi autoestima hasta niveles bajos, bajísimos. Me compadecía de mi mala suerte y lloraba por las esquinas. Nada ni nadie lograban aliviar mi desconsuelo.

Pasó un día, otro día y otro día más…

Siempre había querido tener una mascota, así que adopté una gata callejera que rondaba la puerta de mi nueva casa y maullaba a diario reclamando comida y caricias. Como en la película Desayuno con diamantes, el felino se convirtió en mi fiel compañero de viaje. Ya tenía a alguien, más indefenso que yo, de quien preocuparme.

Día a día fui descubriendo aficiones ocultas para las que antes jamás tenía tiempo: tocar la guitarra, bailar, la jardinería, escribir…

Empecé a disfrutar de las cosas insignificantes que me daban pequeños momentos de placer: Darme un baño de dos horas, escuchar música antes de dormir, llorar de emoción con una buena peli, oír el ronroneo de mi nueva ‘amiga’ mientras la acariciaba…

Y así fue como poco a poco el invierno dio paso a la primavera y el sol volvió a brillar. Dejé atrás el dolor y el sufrimiento y me quedé con las cosas buenas vividas hasta el momento. Entedí que mi existencia era la suma de ambas. Si no, no hubiera sido mi vida.

El invierno dio paso a la primavera

El invierno dio paso a la primavera

Hoy aplico lo que es mi principal máxima (y lema de este blog): «La vida no se vive por los momentos que respiras, sino por aquellos que te dejan sin aliento».  Hoy puedo decir que he olvidado mis rencores, he vencido mis miedos y el dolor es sólo un vago recuerdo del pasado. Por eso, el día que pase otro tren volveré a subirme a él ligera de equipaje.

NOTA DE CATA:

  • Un blanco Verdejo de Rueda. 2006. Bodega Francois Lurton.
  • Semi seco, dos años en roble nuevo francés. algo denso de fluidez, limpio, color amarillo oro y de ribetes dorado-ambarinos.
  • Aromas especiados, tostados sutiles, notas de almendras y frutos secos, higos y final de miel-polen. En la boca un vino diferente.
  • Precio 17,80 €

Nochevieja ‘Burbuja Freixenet’ con Antonio Banderas

No podía quitarme de la cabeza la extraña sensación de haber vivido la increíble experiencia de ser la protagonista del anuncio de Freixenet junto al actor Antonio Banderas. Me enamoré perdidamente de él la primera vez que lo vi en el cine, cautivada por sus ojos oscuros y mirada penetrante, que parecían desnudarte atravesando la pantalla. Por eso, no me podía creer que estaba a su lado, protagonizando el spot navideño más famoso de la televisión.

Hasta aquel momento, no había reparado en la larga lista de estrellas que cada año habían desfilado por el rutilante anuncio de cava. Penélope Cruz, Sharon Stone, Kim Basinger, Gwyneth Paltrow, Shakira… Y este año, yo era la elegida.

Viajaba en un avión privado, sobrevolando las nubes a mil pies de altitud. A mi lado estaba él, con su ondulado cabello oscuro y sonrisa amable. Vestía un elegante traje de chaqué y me acariciaba suavemente la mano. De la cabina trasera salió una azafata vestida de color púrpura. Portaba una bandeja con una cubitera llena de hielos y una botella de Freixenet en su interior. Se acercó hasta nuestros asientos y sirvió las copas.

Él clavó su mirada profunda sobre mí y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, recordando el millón de veces que, desde el otro lado de la pantalla, había soñado con ese momento. Chocamos nuestras copas, brindamos por el nuevo año y, como suele pasar en los sueños bonitos, desperté en el mejor momento alertada por el sonido de lo que parecía un móvil.

Ni rastro del avión, ni de la azafata, ni de Antonio Banderas. Estaba en una cama que no era la mía y un fuerte dolor de cabeza me trajo a la memoria el cotillón de Nochevieja celebrado el día anterior en el piso de arriba. “Demasiado champán”, pensé. Y ¡horror! No estaba sola, Antonio, mi vecino del sexto y anfitrión de la fiesta se había puesto tan pesado que acabó convenciéndome de que él era la mejor opción para empezar el año. Y quizás, ahora que lo observaba mientras dormía, no le faltaba razón. Tenía cierto aire a Antonio Banderas. Y, todo hay que decirlo, tampoco yo soy Melanie Griffith.